María, hermana de Lázaro a quien Jesús había resucitado de los muertos, se presentó al lugar donde estaba Jesús, con un frasco lleno de un valioso perfume para ungir a su maestro, esta actitud genero algunos comentarios negativos entre los presentes, pero las palabras de Jesús para defenderla fueron muy importantes: “En dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella.”
El sol aún no salía, María, caminaba rumbo al sepulcro donde algunos días atrás el maestro había sido sepultado, su mente era un cúmulo de recuerdos aglomerándose uno tras otro, recuerdos de los milagros, de las enseñanzas, recuerdos de Jesús, la mirada amorosa del maestro aún se percibía cálida aunque fuera solo en su abrumada memoria; y estando próxima a la tumba, inhala un gran suspiro deseando que todo esto nunca hubiera pasado.